Hace tiempo que no escribo. Demasiado tiempo. Aunque últimamente siento que he vivido en un tiempo cuántico: se alarga, se acorta, se estira, desaparece… un tiempo que no coincide con el “tiempo real”.

Este año ha sido intenso desde todos los lugares que he habitado y todos los ángulos donde he estado, y, para mí, han sido como 5 ó 10 años dentro de 1. A eso me refiero con tiempo cuántico.

Ha sido un año de cambios adaptativos potentes, de desapegarse de antiguos hábitos y relaciones (de amistad, de familia, de trabajo…), de aprender, de conocer, de generar nuevos vínculos, nuevos nexos… y todo eso ha pasado en un tiempo cuántico. Y en un “buen tiempo cuántico”.

No es algo estresante como podrían estar pensando. No es algo desgastante desde el agote o lo negativo; para nada. Sí he tenido que ponerle mucha energía, sin embargo, es algo que me tiene asombrada, embelesada, entretenida, interesada, energizada y feliz.

El primer artículo que escribí este año (en enero) se llamaba “El desafío adaptativo de la vida”, y este que escribo el último mes del año se relaciona justamente con el cambio adaptativo. Ese que trae consigo un despertar de la consciencia, una apertura o profundización de ésta.

Me di mil vueltas para poner el título, porque no sabía cómo poner en una línea todo lo que quería transmitir, y finalmente “El camino de la consciencia” es el que mejor representa mi sentir y lo que quiero transmitir.

En enero de este año tomé un curso de 3 días de “Conversaciones Colaborativas” dictado por el dr. Humberto Maturana junto a Ximena Ávila.

El primer día, el doctor agarró un papelógrafo y un plumón, y a través de un dibujo -que era más bien un garabato (bien poético en todo caso)- nos mostró la relación organismo/nicho y luego da una explicación potente del significado. En ese momento, me hizo muchísimo sentido.

De hecho, fue tema de una conversación acompañados de comida india con un gran amigo. Una conversación de 5 horas. Donde reflexionamos profundamente sobre esta relación organismo/nicho y su significado en nuestras vidas. En la vida de todos.

Hoy, al volver a reflexionar, me hace más sentido que nunca. Me permite ser más amorosa conmigo misma, no juzgarme por “sentir” ciertas cosas o por “no querer hacer o permanecer” en otras.

De manera simple lo que nos muestra la relación organismo/nicho es que cualquier organismo vive inserto en un nicho ecológico que lo nutre; es decir, que le da lo necesario para subsistir, desde lo más básico como es el aire o el alimento, hasta necesidades más complejas o especiales, según el tipo de organismo.

A través de mis vivencias, de todos los estudios que he revisado, de los cursos a los que he asistido y de las diferentes conversaciones que he sostenido, creo estar en lo cierto al pensar que en el caso del ser humano este nicho no sólo contiene todo lo relacionado con nuestras necesidades básicas, sino también con nuestras necesidades emocionales, de conexión, amorosas, de pertenencia, de reflexión, etc.  Todo aquello que necesitamos para “sentirnos” vivos y ser felices, entendiendo que la felicidad no es un estado permanente, sino más bien es una forma de vivir y enfrentar la vida.

La aseveración del dr. Maturana a la que le he dado mil vueltas y horas de reflexión es que “si cambia el organismo, necesariamente debe cambiar el nicho”.

“Si cambia el organismo, necesariamente debe cambiar el nicho”

No es menor. Para nada. Al contrario. Es Grande. ¡Enorme!

Si cambia el organismo y tiene otras necesidades nutricias, requiere un nicho capaz de saciarlas.

Lo que he vivido personalmente este año y he visto a través de conversaciones con personas que están pasando por diferentes procesos de cambio (personales, familiares, laborales, etc.) es que depende del nivel de consciencia individual (autoconsciencia) el que seamos capaces o no de ver, entender y aceptar que hemos cambiado y que, por tanto, nuestro nicho también debiese cambiar. Y nos hacemos cargo. O al menos tratamos de hacerlo.

Y digo ver, entender y aceptar porque hay algunos que no son capaces de ver, otros que lo ven, pero no lo entienden, otros que lo ven y lo entienden, pero no lo aceptan. Y algunos que lo vemos, lo entendemos (no rápidamente en todo caso), lo aceptamos y nos hacemos cargo. Y todas esas etapas son válidas.

Para mí, la diferencia entre ellas radica en el nivel de consciencia que vayamos alcanzando. A mayor profundidad, más nos hacemos cargo. Y a medida que nos hacemos cargo, mayor profundidad alcanzamos.

La metáfora que más me resuena es la de un tirabuzón infinito en ambos sentidos: mientras más profundidad a nivel de consciencia, más alto nos lleva en crecimiento y auto-maestría.

En mi caso, a lo largo de este hermoso e intenso año de crecimiento y regeneración, siento que he profundizado fuertemente en la autoconsciencia. Y junto con ello siento que necesito más de mi nicho. Un cambio adaptativo de nicho: hay cosas que debo dejar de hacer, hay muchas cosas que debo mantener y otras nuevas que tengo que comenzar a hacer. Y si bien suena fuerte, o políticamente incorrecto, también sucede a nivel de relaciones.

En algunas ocasiones sentí que las personas con las que antes me relacionaba, si bien seguimos disfrutando y entreteniéndonos, ya no eran parte fundamental de mi nicho. Ya no me nutrían como antes. Y fue duro. Muy duro. Porque me cuestioné si era desde el ego, desde la consciencia, desde la vida… ¡¡o simplemente me estaba volviendo media loca!!.

Uno de los procesos duros para mí, fue aceptar la vulnerabilidad como parte fundamental de mi ser, entendiendo que no por ello soy débil, sino al contrario. Y lo más duro no fue aceptar la vulnerabilidad. Lo más duro fue que al aceptarla y mostrarme débil frente a personas importantes para mí, la reacción de éstas no fuese la esperada. No fuese de apoyo. Lo contrario. Fue enojo, apatía, rabia. ¡Cómo podía ocurrírsele a la Panchi, la que siempre está ahí para ponerle el hombro al mundo… ahora estar débil!, no querer salir, no ir a tal o cual lugar, no ser ella la que llama para saber cómo están, que se le olvidara alguna fecha importante…

Fue duro. Y me costó entenderlo al principio. Y me enojé y me dio pena.  Y me frustré.

Y a través de la conversación con algunos amigos, maestros y mi coach (¡¡gran coach!!) me di cuenta que durante estos últimos años he ido profundizando en el nivel de consciencia, he ido dejando hábitos que estaban muy arraigados y que no eran amorosos conmigo. Al contrario. Estaba siendo muy autoexigente, muy dura conmigo misma, y a mi alrededor estaban acostumbrados a eso.

No era “su problema”. Era mío. 100% mío. Por lo tanto, su postura era válida. Estaban completamente desencajados con mi “nueva” actitud (algunos aún lo están).

Y dado que a mayor consciencia más nos hacemos cargo, entonces me di a la tarea de comenzar a conversar con todas aquellas personas que son importantes en mi nicho y contarles mi sentir (más que explicarles mi situación) … algunas me contaron también su sentir cuando me alejé y me entendieron. Otras no lo hicieron. Ambas posturas son válidas. Y quizás este fue el primer momento en que me di cuenta que mi nicho estaba cambiando.

En un minuto llegué a pensar que el cambio de nicho ecológico necesariamente implicaba “cambiar” las relaciones que tenía, es decir, cambiar a las personas con las que me juntaba si es que sentía que en realidad dichas relaciones no me nutrían. Y si bien esto me parecía lógico en la fórmula (cambia el organismo à cambia el nicho à cambian las componentes del nicho), algo me hacía ruido: ¿es tan fácil dejar algunas relaciones, algunas personas? Es más, ¿es posible?

Y la respuesta fue no. No sólo no es fácil, sino que hay algunas relaciones que no estoy dispuesta a dejar, porque la importancia emocional que tienen para mí es lo que me nutre.

Estaba mirando todo desde la lógica racional, desde la mente, desde el pensamiento. Y bajo ese concepto había relaciones y personas que “no me nutrían”. ¡¡Estaba tan equivocada!!, estaba dejando de lado la emoción y el espíritu… desde esta mirada holística del ser, como me dijo una amiga anoche mientras reflexionábamos sobre el sentido de la vida, a veces no es necesario cambiar todos los componentes del nicho ecológico, sino que cambiar el peso en la composición. El peso en profundidad, en tiempo, en importancia, etc…

Mal que mal, en el cambio adaptativo de la historia del hombre, sólo hemos mutado un 2% del ADN en millones de años. El 98% lo conservamos. Ahora ya sé que quiero (y tengo que) conservar. El trabajo viene en saber qué cosas nuevas tengo que incorporar y cuáles tengo que dejar.

En eso estoy.

Estoy feliz y tranquila.

Ha sido un año de tiempo cuántico. Un año de cambios fuertes, en algunas ocasiones doloroso y sin embargo, hermoso, que me tiene feliz, admirada, orgullosa y, por sobre todo, con ganas de seguir con el tirabuzón de la consciencia.

Los invito a explorar en ella. Siempre sorprende. Y al final, nos vuelve a nuestra esencia.

¡Un abrazo y que tengan una excelente semana!

Fran DiDo

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